Cuando uno vive exagerando y no dimensiona sus palabras, actos de respuesta o en descripción de la realidad que vive o pretende transformar, eso es una hipérbole.
No pelearemos con las nubes, pero es necesaria una postura crítica sobre toda intención de dar mensajes desde un lugar privilegiado, sumando ideas. Y postura crítica es reconocer tanto lo positivo como lo negativo en algo.
Hay demasiados vicios en el habla de lxs comunicadorxs. Lugares comunes que flotan en cualquier noticiero o esos programas que se autoperciben de análisis político. Allí hallarás “siempres”, “nuncas”, “absolutamentes” o “nadies”, rellenando el aire.
Los diccionarios son artefactos en desuso y meditar qué diremos antes de hablar, un ejercicio de obsesivos.
Igualmente el descuido/desprecio al/la oyente (y por cualquier decencia), impulsa a repetir insultos insignes revoleados como salivazos frente a audiencias que ya los incorporaron como destrato cotidiano.
Mientras es casi imposible hallar en los noticieros internacionales improperios o palabras soeces, nuestros bocasucias nacionales hasta se divierten delante de testigos niños y adolescentes, diciendo cualquier cosa como algo natural. Una pregunta a recuperar: ¿Está bien eso?
Volviendo a la exageración, el pulgarcito que ejerce de holograma de los poderosos impuso su franquicia, incluyendo las inconsistencias y debilidades de nuestra vereda.
Su discurso de “lo mayor de la historia”, “lo más grande del mundo” enmascara robos descarados y planificación de miserias a mansalva. Por suerte, hay algo de equilibrio en los foros políticos planetarios (tampoco inflemos… sólo “algo”). Ya han dejado de tomar en serio a nuestro bufón presidencial.
En el otro extremo, nuestros más queridos comunicadores, los del palo, sobreabundan en reseñas sobre las patas extras de los felinos… midiendo las diferencias milimétricas en las declaraciones y acciones de nuestros referentes (entendámonos: dirigentes son quienes “dirigen” es decir, alguien a quien hay que obedecer), hombres y mujeres que diariamente deben interpretar situaciones y datos para pensar soluciones. Y en vez de referirse e interpretar esas señales, guías, mapas y estrategias, prefieren el juego de construcción de castillos de naipes de intenciones. Llegan a marear a quienes necesitamos enriquecer las propias cartas de navegación con colores, matices y rutas posibles. Agregan niebla donde ya había. ¿Eso sirve?
Nuestra percepción de la realidad se manifiesta en cómo hablamos y a la vez, nos moldea.
En la segunda palabra, pareidolia, un concepto que define el fenómeno psicológico que nos permite a los humanos ver caras o figuras humanas en cualquier superficie o área, por ejemplo como en las paredes, el cielo, una baldosa… No hablo ya de identificar santos en una papa frita o una mancha de humedad, sino de sobreinterpretar lo que realmente se dijo con o qué se quiso decir.
Es común oír sobre la lectura de las miradas. En casa se escucha a menudo: “lo miró como diciendo…” o “lo miró mal”. Análisis que no resisten el filtro de la racionalidad ligera o lineal, pero que guían reacciones o posturas, actitudes y criterios.
La pareidolia en el análisis del discurso político es un ejercicio de palimpsestos. Leer entrelíneas, o bajo el agua, colgar sábanas para entrever fantasmas, un juego que quizás divierte cuando le pagan a uno por hora o no encuentra algo más útil que hacer, por ejemplo aprender un idioma o hacer un huerto.
Pues bien, estimo a ojo que por lo menos la mitad de nuestros afanes criollos por entender lo que se dice, se va en esa canaleta. Como si tuviésemos todo el tiempo del mundo (mientras el calentamiento global o los intereses de la deuda suben… por ejemplificar) evitamos pensar un poco menos en deducir intenciones y más (y colectivamente) en cómo pasar de la resistencia al experimento anarco-algo, planificando cómo saldremos del pozo cada vez más profundo de cierres, desmantelamiento de razón y posibilidades de sobrevida.
Cómo alimentaremos mejor y masivamente a niñxs o jubiladxs, derecho humano básico, puede ser un buen ejercicio. Solventar el viaje libre de los que trabajan en áreas esenciales para beneficio del conjunto.
En tiempos en que los chinos construyen ciudades en meses, aprender a hacer millones de casas o edificios por año, por ejemplo para solucionarle la vida a tantxs paisanxs… O enseñar mil oficios a quienes no pueden hoy ni leer su documento, para que puedan liberarse a la vez de la expulsión y la frustración del no futuro. Vaya que tenemos terrenos por los cuales caminar.
Digo, por tomar algunos de los temas más urgentes. Y especialmente de qué cuenta billonaria de las que hoy multiplica sus ganancias a nuestra costa… esto es: quién lo pagará, sin que un juez cómplice lo impida, la descomunal deuda que ellos mismos generaron.
No digo ya reeducar a los que pueblan las pantallas, renunciando a la docencia comunicacional. Pero al menos urge hacer un poco de silencio y pensar más a quién o en qué se beneficia o perjudica, antes de emitir sonidos articulados.