Si hay algo que los fans del anime aprendimos en esta década, es que no todo lo que empieza bien termina igual
Y, para mí, ningún ejemplo lo deja más claro que la segunda temporada de The Promised Neverland. Lo que alguna vez fue una historia brillante y llena de tensión psicológica terminó convertida en un resumen apurado que decepcionó tanto a los seguidores como a la crítica.
La primera temporada había sido un éxito rotundo: atrapante, emocional y con un nivel de suspenso que pocos animes habían logrado. Pero cuando llegó la segunda, el estudio Clover Works decidió desviarse del manga y crear su propia historia “original”, algo que, con el tiempo, se convirtió en su peor error. En vez de adaptar los arcos del manga, omitieron más de 60 capítulos, incluyendo uno de los más importantes. El resultado fue una trama desbalanceada, sin el desarrollo de personajes ni el tono oscuro que habían hecho tan especial la historia de Emma, Norman y Ray.
El cambio fue tan drástico que la serie perdió su esencia. Lo que antes era un juego de ingenio, estrategia y supervivencia se transformó en una aventura acelerada, sin la tensión ni el peso emocional del principio. Los capítulos parecían correr contrarreloj, y el público lo sintió: la emoción se evaporó, y con ella, la magia del relato.
A eso se sumó una pérdida evidente de calidad narrativa y visual, con escenas mal desarrolladas y decisiones de guión que parecían improvisadas. La decepción fue tan grande que, según se supo, el propio autor del manga, Kaiu Shirai, pidió retirar su nombre de los créditos, dejando en claro su descontento con el resultado final.
Las consecuencias fueron inevitables: una ola de críticas negativas, fans frustrados y la certeza de que no habrá tercera temporada, ya que la historia del manga fue comprimida por completo en esta segunda entrega. Lo que alguna vez prometía convertirse en un clásico moderno del anime, terminó como un ejemplo de cómo no adaptar una obra querida.
Considero que The Promised Neverland temporada 2 no solo falló en contar una buena historia, sino en respetar el alma del material original. Y aunque no tenga el título oficial, la puedo calificar como el mayor fracaso de la década, porque demostró que la prisa y la falta de respeto creativo pueden destruir incluso las promesas más brillantes.