Sueño con serpientes (1974)

                                                                                 Silvio Rodrìguez

Sueño con serpientes
Con serpientes de mar
Con cierto mar, ay, de serpientes
Sueño yo

Largas, transparentes
Y en sus barrigas llevan
Lo que puedan
Arrebatarle al amor

Oh, oh, oh
La mato y aparece una mayor
 

No sueño con serpientes. Yo no sueño con serpientes…

Sueño con tigres, más precisamente con jaguares, o con pumas, tal vez nahueles.

Tal vez deba explicaciones, porque este progreso no es insignificante. Y tal vez no sea sólo un cambio para mí.

En un sueño que no era para nada relevante, una situación de las tantas que padecemos ya sin demasiado pesar los vecinos del conurbano oeste, porque algún problema ferroviario nos había dejado sin el transporte habitual. En alguna avenida próxima a la estación, un grupo de pasajeros nos alejábamos buscando una parada de colectivos para poder seguir el traslado y llegar a nuestras casas.

Era un sueño más, yo diría un sueño tan común que era en “blanco y negro”, o esas tonalidades pastel que no te aportan nada.

Pero, repentinamente, al prestar atención al entorno, vimos (y esa cuestión me impresionó y puso en alerta), vimos todos (todos los que nos habíamos adelantado esos metros en el camino), que en un baldío, más precisamente en el paredón que lo limitaba por el fondo, una impresionante pintura nos sacaba de la preocupación común.

Y nos metía en un universo distinto. Esto ya en brillantes colores, propios de ese ambiente potente de la naturaleza.

Como desde un peñón, un grupo de felinos (creo que eran pumas) nos observaban, listos para la acción. Quizá para defenderse. O tal vez para atacar. Era evidente que ellos estaban en su territorio, próximos a sus madrigueras…

Pero del conjunto se destacaba, al borde del risco, un ejemplar muy joven, seguramente un cachorro, en una actitud de definido desafío. De desafío a nosotros, a ese conjunto de personas que lo miraba desde un rincón de un barrio suburbano.

Sus fauces, salvajemente abiertas, nos mostraban la disposición bravía de enfrentarnos.

La escena, colorida intensamente, y animada (aunque fuese evidentemente una pintura) la sentimos (todas y todos) como un mensaje de enorme significación para nuestra conciencia.

Y sentimos también, sin excepción (por eso aquello era un sueño…), que esa pared decorada, artísticamente decorada, debía ser resguardada, porque no tardaría en tratar de ser borrada, como todo elemento que despierta la conciencia colectiva.

Y nos pusimos a organizarnos para protegerla.

Hasta allí mi sueño, que se diluyó (como ocurre con todos los sueños) sin pena ni gloria, sin dejarnos más que un recuerdo etéreo.

Pero en este caso, una impresión formidable. E imborrable.

Por eso la cuento.

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