Reflexionando juntos frente a la proximidad de la reunión del Convenio de Diversidad biológica (CBD)
Entre los días de 20 de octubre 1 de noviembre se realizará en Cali, Colombia, una nueva reunión del CBD. Allí una vez más participarán los gobiernos, las asociaciones de la sociedad, miembros de organizaciones de productores/as, de mujeres, jóvenes, empresas y organismos multilaterales. Según las Naciones Unidas los objetivos del Convenio son “la conservación de la diversidad biológica, la utilización sostenible de sus componentes y la participación justa y equitativa en los beneficios que se deriven de la utilización de los recursos genéticos mediante, entre otras cosas, un acceso adecuado a esos recursos y una transferencia apropiada de las tecnologías pertinentes, teniendo en cuenta todos los derechos sobre esos recursos y a esas tecnologías, así como mediante una financiación apropiada”.
Durante el convenio se discutirán sobre la conservación y enriquecimiento de la diversidad en manos de las comunidades, sobre la conservación de las semillas, sobre los organismos transgénicos y también sobre la utilización de plaguicidas y el reemplazo por Estrategias y prácticas agroecológicas. La meta 7 del Marco Mundial de Biodiversidad del CDB exige una reducción de, al menos, la mitad del riesgo general de los plaguicidas y sustancias químicas peligrosas para 2030. Se trata de una meta mundial, y los países deben especificar sus objetivos individuales dentro de ella. Cada país deberá identificar los plaguicidas utilizados y sus riesgo implícitos en la diversidad biológica.
Podemos definir a la biodiversidad como el conjunto de todos los seres vivos que cohabitan en un lugar en el mismo tiempo. Está constituido por bacterias, hongos, insectos, protozoos, mamíferos, es decir por todo tipo de animales y plantas. En un sentido más amplio podemos incluir a las plantas cultivadas y a los animales criados. Los seres humanos, como parte de esa diversidad, hemos coevolucionado, y lo seguimos haciendo, con la diversidad de organismos vivos que nos rodean. Estas relaciones las establecemos cada día numerosas veces, por ejemplo cuando nos alimentamos , cuando tomamos agua, cuando utilizamos energía, cuando nos curamos, cuando realizamos actividades agrícolas, cuando viajamos o hacemos actividades turísticas.
Los seres humanos no podemos producir nuestro propio alimento, por lo cual dependemos de las acciones de otros seres vivos para procurarnos las sustancias vitales propias de nuestra vida. Dependemos de las plantas que realizan fotosíntesis, transformando la luz solar en sustancias orgánicas, para obtener nuestra propia energía, necesitamos de animales domesticados para obtener proteínas, dependemos de minúsculas bacterias y de hongos, que se hallan en el suelo, los cuales transforman la materia orgánica (todo aquello que alguna vez vivió) en nutrientes, el alimento vital para las plantas. También dependemos de los insectos, por ejemplo aquellos que polinizan, llevando polen de una planta de manzano a otra y que propician la producción de frutos y semillas. A su vez dependemos de las plantas para procurarnos energía, sombra, medicinas, materiales de construcción de viviendas. Y más.
La reducción drástica de la diversidad biológica, así como el ya mencionado deterioro en las características de los suelos ha reforzado el ciclo de dependencia en el uso de fertilizantes químicos así como el de plaguicidas (herbicidas, insecticidas, fungicidas). La reiterada utilización de los mismos principios activos lleva a la recreación de resistencias específicas en insectos y plantas silvestres, lo cual lleva al incremento de las dosis de uso y en la cantidad de aplicaciones.
Desde la producción agroecológica se enriquece la diversidad cultivada y natural. Estas son cruciales para la alimentación y la defensa de los cultivos. En este caso, mientras más diversas sean las plantas, animales y organismos del suelo dentro de un sistema agrícola, mayor será la diversidad de organismos capaces de equilibrar el accionar de los insectos, y otros seres vivos, ocasionalmente perjudiciales.
Dados que muchas actividades humanas, fundamentalmente aquellas que implican el manejo de sustancias químicas, pueden desarrollarse en un país pero, dadas sus características físico químicas, tener efecto en el ambiente y sobre los seres vivos de otro país, las naciones han llegado a acuerdos para regular, o prohibir, la producción, utilización, comercio o desecho de sustancias químicas que implican un efecto negativo sobre la salud socioambiental.
Si bien en los convenios participan los gobiernos – las partes – que ratifican dichos convenios son los Organismos multilaterales, la Sociedad Civil, el sector privado –incluso están además los países que no ratifican el convenio- lo concreto es que las decisiones sólo las toman los gobiernos nacionales.
Cada país debe realizar su plan Nacional de acción donde se requiere identificar y cuantificar de liberaciones actuales de ciertas sustancias químicas, evaluar la legislación existente, analizar y determinar las estrategias de acción para alcanzar los objetivos propuestos según las obligaciones tomadas, proponer medidas para promover la participación y sensibilización de las comunidades, determinar un calendario para la aplicación, y un examen quinquenal de las estrategias y resultados.
De los convenios y estrategias internacionales emanan acuerdos tales como prohibir la utilización de ciertas sustancias, restringir el desarrollo de ciertas actividades, así como promover otras, como las actividades agrícolas basadas en la agroecología.
Ante la necesidad imperiosa de proteger la salud socioambiental, desde una visión biocéntrica, pensando en las generaciones futuras debemos actuar en lo inmediato desde cada territorio y comunidad.