Porque uno de los motivos por los cuales la ciencia (las ciencias, en realidad) se ha ido desarrollando y alcanzado niveles interesantes de credibilidad, es que en todos los eventos de determinado fenómeno, evidencian similitud en sus formas, modos, maneras. En tanto se pueda reconocer los “orígenes”, las causas para ser precisos.

Aunque se ha ido superando el principio de que “para cada efecto, una determinada causa”, los fenómenos que vienen estudiando las ciencias muestran que NADA ocurre de no ser por determinada causa o factor.

Al menos en la naturaleza, esa realidad que quedan estudiadas por las llamadas Ciencias Naturales.

Es decir, más allá de que cada fenómeno sea “el resultado” de la presencia de un factor (o de una serie definida de ellos), en la naturaleza las cosas que pasan, no pasan sin la presencia de ese factor.

Luego, nuestras Ciencias han terminado aceptando que cada fenómeno, cualquier fenómeno tiene una causa. Para simplificar.

La tarea de cada Ciencia resulta entonces en descubrir las causas (la una, en pocos casos, porque generalmente se acepta la idea de multicausalidad) de cada fenómeno.

Y, en relación con los peculiares mecanismos del desarrollo de esos saberes (los de la ciencia), todo nuevo descubrimiento es (debe ser) anunciado a “la comunidad científica internacional». Mediante la publicación de “esos papers” en los que trabajan las científicas y los científicos.

Quien primero lo hace, se reconoce como el “descubridor” de ese saber. Y se acredita su derecho de prelación.

Estatua de Michel Servet, en París. Homenaje a un científico ajusticiado por razones políticas

Para preparar ese material se han definido formas de organizar la información, de modo que quien-quiera que se lo propone puede poner a prueba lo descubierto. Y ratificar así ese conocimiento. O cuestionarlo. Y llamar a desarrollar las correcciones que corresponda.

En ese desarrollo del trabajo se presentan los hechos y los experimentos realizados, así como los razonamientos seguidos para llegar a las conclusiones de la tarea.

Es aquí donde confluyen los dos términos que nos ocupan: las causas y las razones.

La existencia de una ciencia, así como el reconocimiento a su confiabilidad y las consecuentes posibilidades de aplicación, se apoyan en la calidad de las razones puestas en juego en la investigación de cada y cualquier fenómeno.

Porque las que no pueden ser “desoídas” son las causas (o causales) de cada fenómeno.

Podrán ser cuestionables las razones y los procesos seguidos en la investigación, pero no el hecho en sí de que haya causas…

Nada ocurre “porque-sí”.

Volviendo a aquel ejemplo de “la salida del Sol”, y las confusiones de algunas personas (ponemos a niñas y niños, como arquetipo) en la naturaleza del fenómeno, la causa de lo que ocurre no queda afectada por esas confusiones y las formas del lenguaje para reconocerla.

No tendré las razones en claro sobre el fenómeno, pero no por eso será modificable el fenómeno en sí, ni la causa (o las causales) del mismo.

Pero inevitablemente, mi accionar (o el de cualquiera) quedará determinado por esas razones que haya elaborado al respecto.

De allí la importancia de la difusión de los saberes de las ciencias, en un mundo en el cual muchas cosas se deciden (y se definen) a nivel masivo, en relación con las razones comunicadas.

Y por ende, el interés de algunos sectores en el control de los medios de difusión de las “novedades”. Llamados “medios de comunicación”, por ejemplo, suelen ser las vías por medio de las cuales se hace llegar a enormes cantidades de individuos una increíble variedad de noticias. En su mayoría “disfrazadas” de “procedencia científica”.

Aquí reaparecen nuestras preocupaciones por la marcha del desarrollo de las ciencias y su futuro. Siempre éste ha estado condicionado por el poder y el dinero. Lo que es casi lo mismo.

Pero en esta particular etapa de la historia, en el que pueden pesar las opiniones de las personas, que éstas puedan ser manejadas masivamente genera escenarios dantescos.

La decisión final sobre la orientación de las investigaciones quedaría en manos aviesas… E incluso las vidas de las científicas y los científicos que no acaten esas decisiones no valdrían nada.

El fenómeno creciente de recuperación de las prácticas no racionales en los campos más diversos del quehacer cotidiano, en especial de personas con responsabilidades políticas, nos lleva a estos comentarios.

“… si Conan me asesora en política significa que es el mejor consultor de la humanidad” (La Nación, 21/11/2023)

“ A partir de allí, el espectro del animal resultó decisivo para la carrera presidencial, a través de ladridos expresados desde el más allá” (CNN, 04/5/2024)

Quienes descrean de las estrechas relaciones entre la política, la fe y la ciencia pueden encontrar un interesante ejemplo en la muerte de Miguel Servet. Este español aragonés fue asesinado en Ginebra, el veintisiete de octubre de 1553, en el marco de un juicio por herejía, pero además de sus expresiones críticas a algunos puntos del dogma católico, era enemigo del líder “protestante”,  Juan Calvino. Éste le habría visto como un peligro para el férreo control político que venía manteniendo sobre esa ciudad suiza. Y el hecho de que Servet, que era médico, estaba difundiendo (junto a él fueron quemados sus libros científicos) las ideas sobre la circulación pulmonar que luego inmortalizarían el médico inglés William Harvey hacia 1620, reconocido como el descubridor de la circulación sanguínea.

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