Una vez más, tenemos en placer de compartir desde nuestro semanario un relato escrito por Leonardo Killian. En este caso, se trata de una narración en clave histórica, que esperamos sea una contribución tan aguda como eficaz para que hagamos una reflexión muy profunda, tanto desde lo individual como a escala social.
Por: Leonardo Killian
En la llamada Primera Guerra Mundial (1914-1918). Una carnicería donde los imperios coloniales desangraron a la juventud causando 10 millones de muertos y más de 20 millones de mutilados, sucedió esto.
Fue una guerra de trincheras donde los soldados de ambos bandos podían escuchar y ver a sus enemigos a escasos metros de sus respectivas posiciones.
En la noche de navidad de 1914 los soldados adornaron las trincheras con adornos navideños y durante la noche se repartieron cigarrillos y bebidas alcohólicas para festejar. En algún momento de la noche, los alemanes comenzaron a cantar villancicos en sus trincheras y desde el otro lado de la tierra de nadie los ingleses los oyeron y comenzaron a responder con sus cánticos navideños en inglés, que luego los alemanes volvían a responder más fuerte.
La noche continuó y los cantos también, hasta que los soldados decidieron salir de sus trincheras e ir a encontrarse con aquellos a los cuales hasta el día anterior llamaron enemigos.
Los soldados de los dos países se juntaron y comenzaron a darse regalos entre sí; chocolates, licores, cigarrillos y hasta objetos de valor que llevaban. De a poco esto se fue contagiando y repitiendo por todo el frente occidental, de tal manera que cerca de la ciudad de Ypres, en Bélgica, se llevaron a cabo partidos de fútbol entre ingleses y alemanes, quedando como un hecho histórico que muchos años más tarde sería recordado en una película.
Este hecho debería ser enseñado en las escuelas de todo el planeta para recordar y recordarnos que los hombres estamos en este mundo para confraternizar, para construir una sociedad mejor y no ser los lobos de otros hombres. Esos soldados demostraron que es posible pelear por la paz y la concordia humana, y no justificar las matanzas ordenadas desde sangrientos escritorios que los enviaban a la muerte para continuar con el saqueo colonial.
Viva la Navidad si sirve para abrazarnos entre los humanos, y para recordarnos que es posible la fraternidad universal.