Asistimos a la proscripción de una líder política que puede gustar o no, puede generar amores ú odios, pero a la cual nadie puede negarle que, acaso, es la principal emergente de la fuerza política más numerosa y relevante de los últimos 80 años de vida nacional.
Hombre grande, hombre cerdo / Ja ja, ¡qué farsa eres!
Tú, rueda grande adinerada / Ja ja, ¡qué farsa eres!
Y cuando tu mano está en tu corazón
Eres casi una buena risotada / Pareces casi un bufón / Con tu cabeza metida en el tacho de los cerdos 7 Diciendo: Sigan cavando
Una mancha de cerdo en tu barbilla gorda / ¿Qué esperas encontrar / Abajo en la mina de cerdos?
Eres casi una risa… / Eres casi una risa… pero en verdad eres una mierda
(Pink Floyd, «Pigs» -parte 1 – 1977)
Esta situación revela, por si alguien aún tuviera dudas al respecto, el estado misérrimo del sistema democrático argentino, que no es más que un autoritarismo ya al descubierto, regido por un puñado de mega poderosos de las finanzas, los multimedios y el empresariado tanto multinacional como del campo agrícolo-ganadero. Ellos aunados al conjunto mayoritario y con más potencia decisoria del poder Judicial nacional, y una parte de la dirigencia política que como en cada etapa crítica de nuestra historia, halla intersticios para obtener pingües réditos a su alcahuetismo y cipayismo irredentos y definitivos.
En buen romance, somos testigos de la enésima reedición del puño de acero que descarga la oligarquía sobre la voluntad popular argentina. Oligarquía, claro está, aggiornada a los modos y formas del siglo XXI.
¿Somos un Estado fallido, incapaces de divisar, mucho menos de resolver, el eje medular que construye y digita cada uno de sus males estructurales?
Veamos lo que la historia nos enseña, y nos negamos a aprender.
El General don José de San Martín, exiliado y amenazado de muerte por aquella pandilla de contrabandistas y rufianes varios, devenidos en apellidos ilustres de aquella fundacional Buenos Aires. En simultáneo, Manuel Belgrano humillado, enjuiciado injustamente, detenido y mancillada su precaria salud hasta reventarle el límite final de una muerte tan prematura como signada por una absoluta miseria.
Don Martín Miguel de Güemes, entregado a traición por aquella «gente decente» de la oligarquía salteña.
Saltamos temporalmente y, ya dentro de los márgenes de un estado democrático incipiente en pleno siglo XX, don Hipólito Yrigoyen derrocado, anciano y enfermo, sometido a condiciones indignas de detención en un mísero ranchito en medio del fango de la Isla Martín García. Acusado de mil cuestiones, también por las oligarquías y los grandes medios de su tiempo. No se le pudo comprobar nada sencillamente porque nada de esas acusaciones eran probadamente ciertas. Pero el rumor en su contra prosiguió en las lenguas venenosas de sus detractores, así como el odio a aquella «chusma» de neta raíz popular que lo amaba e idolatraba casi en términos y sentir religioso.
Y así también lo padeció el General Juan D. Perón, con 18 largos años de exilio forzoso, proscripción propia y partidaria, acusaciones en su contra de las más variadas e incluso, no pocas de ellas, tristemente desopilantes, con intentos de retornar al país impedidos una y otra vez por las autoridades de turno… y con el factor en común de que las persecuciones a los distintos líderes populares de nuestra historia conllevan gran cantidad de sangre derramada de nuestros hermanos del pueblo, años de serios retrocesos en materia de derechos de las mayorías, y una nación que una y otra vez deviene en una horrenda pantomima de país bananero que nos muestra un porvenir indigno de ser considerado un rumbo nacional.
Y ahora, otra vez sopa
Mientras redondeo estas líneas, llega la confirmación de algo que ya estaba sentenciado desde el mismo día en que iniciaron la sarta de irregularidades judiciales que desencadenaron esta resolución impregnada de presiones: Los jueces de la Corte Suprema de Justicia condenaron a 6 años de prisión y la inhibieron para presentarse como candidata a las elecciones de por vida a Cristina Kirchner. Un fallo judicial que es político y que lleva, como en las épocas más violentas de la historia de nuestro país, a la proscripción de una de las dirigentas populares más importantes de la Argentina. Como hicieron con Lula Da Silva en Brasil, estamos una vez más ante una decisión que significa un verdadero ataque a la democracia.
Es la punta del iceberg del poder real para amenazar al extremo a todo aquel dirigente político que, de ahora en más, se atreva a poner en cuestionamiento hasta el mínimo eje que afecte una cuota del poder que estos minúsculos grupos internos con apoyo externo ostentan desde los albores del país.
Como reza la canción con la que inicié este editorial: estamos rodeados de personas que, creyéndose importantes, en verdad son apenas una farsa. Muchos serán los que vendrán ya con vestiduras a medio rasgar, con la eterna cantinela del “respeto” a unas instituciones que hace largo tiempo no vienen sirviendo para dar respuesta efectiva a los intereses más elementales de las grandes mayorías del pueblo argentino.
Quienes, conociendo a la perfección pero omitiendo deliberadamente ese estado de situación, canten las viejas óperas del respeto a las instituciones, son también una farsa. Más ladrillos para la misma pared que impide el legítimo crecimiento emancipatorio del pueblo guiando al país a un rumbo de dignidad y soberanía nacional plenas.
Quienes se cuelgan de formalidades para no admitir que su móvil es impedir ese despertar, diría revolucionario, de las entrañas de nuestra gente, son olvidables actores de un sainete plagado de escenas de mal gusto, que pretenden insuflar airecillos republicanos, cuando en verdad, operan totalmente en un sentido inverso… y aquellos airecillos, una vez que se les retira el maquillaje protector, tan sólo son ventosidades del inframundo cloacal.
Vivimos tiempos extremos, frente a los cuales la sociedad deberá actuar en consecuencia. La neutralidad y la indiferencia son por partes iguales vergonzantes. Cuando “las instituciones” sólo sirven en la práctica para salvaguardar intereses de unos pocos acomodados de un sistema por ellos mismos creados a imagen y semejanza… sólo resta preparar la tierra, seleccionar la semilla, regar… y comenzar a delinear las nuevas y futuras instituciones que sustituyan a las que habremos de tener que derribar.
Por una vez, la parte más digna de nuestra historia nacional, así lo reclama, y aguarda desde hace dos siglos, por la toma de conciencia del conjunto mayoritario del pueblo que la integra.