Estamos sobrevolando el cielo patagónico de regreso a Baires. Son las 21hs y las luces del Airbus están apagadas. Miro las estrellas de un cielo negro. Gise duerme a mi lado. Varias horas antes de todo esto nos despertamos en lo que sería nuestro último día en el fin del mundo…
Hicimos el check-out y subimos al Chevrolet de Noelia que nos llevaría a través de una fina nevisca hasta Puerto Almanza, un pueblito de pescadores pegado al extremo del canal de Beagle limitando con Chile. Entre mate y mate, Noe nos cuenta que es tucumana y una tarde se hartó de Tucumán y se vino con lo puesto para Ushuaia. Tres días de bus cruzando el país. Trabajó en las fábricas de celulares que mueven la economía de Tierra del fuego y ahora junto a su novia están construyendo su casa. Su novia trabaja para la armada. Me sorprendo, y nos dice que las cosas están cambiando hasta en ese tipo de instituciones conservadoras.
Nos empezamos a alejar de la pequeña ciudad y las turbas (planicies rojizas de sedimentos) se suceden entre las montañas de la cordillera blanca. Ruta 3 hasta ruta J. Ahí empieza a complicarse. La ruta J es un camino de hielo. Noe baja la velocidad a nada tanteando el freno. Son 30 kilómetros hasta el pueblo de pescadores. Avanzamos.
Noe nos cuenta del peligro del hielo negro: un hielo que permanece debajo de la superficie derretida del camino dando la sensación de tierra firme. Eso engaña a los conductores y es la principal causa de accidentes. Noe nos cuenta que el día anterior había hecho un trompo en la ruta congelada sin ninguna, gracias a Dios y a la virgen, consecuencia.
Adelante y en el medio de la nada aparece una figura pidiendo que frenemos. Nos vamos acercando y es un viejecillo con un bidón en la mano. Noe nos mira como preguntando qué hacer:
-Si decides subir al viejecillo pasa a la página 21
-Si dejas al viejecillo y su bidón al alcance de los lobos de la mala fortuna pasa a la página 8 .
Nosotros por un mandato casi moral pasamos a la página 21.
Frenamos y el viejecillo se acerca, tapado con un ropaje que bien podría haber pertenecido a uno de los presos que fundó la ciudad en el 1900. Necesita llenar el bidón de combustible así que sube al Chevrolet de Noe y seguimos rumbo a Puerto Almanza. El viejo huele a establo medieval y tiene unos ojos turquesas de Husky siberiano. Habla en un lenguaje cerrado inentendible, mezcla de chileno del sur y castor. Noe abre su ventanilla para respirar.
Llegamos. Puerto Almanza es una callecita de barro helado, una hilera de casitas sobre la costanera nevada del canal. Una escuelita y una plaza con 3 juegos coloridos recortándose en el paisaje blanco. Barquitos de pesca pequeños y un muelle. Una canchita de fútbol totalmente nevada como si fuera la metáfora fundamental de algo.
El viejo dice que baja más adelante. Llegamos y dice que más adelante y así hasta que avanzar más es imposible y la única opción es un caminito marginal que enfila derecho a las aguas profundas y escalofriantes del canal de beagle. Justamente ese camino quiere tomar el señor. Noe avanza en esa dirección pero el asunto es complicado. El camino está totalmente congelado y las ruedas siliconadas del Chevrolet empiezan a deslizarse. Noe dice: no señor, por acá no.
El viejo retruca que sí, que no hay ningún problema.
Noe empieza a dar marcha atrás para volver a la calle principal (y única) y las ruedas resbalan nuevamente. Guardamos silencio hasta que el viejo carraspea y sugiere seguir para adelante. Le repetimos que no mientras Noe maniobra hábilmente hacia atrás volviendo a la calma del piso de tierra.
Bajamos y el viejecillo se va y nunca más lo volveremos a ver. Almorzamos en un restaurante de pescadores una entrada de centolla (algo parecido a un cangrejo) recién sacada del agua y plato principal merluza negra. La merluza negra solamente se pesca en los mares de la Antártida, las Islas Malvinas y Tierra del Fuego. Se encuentra a 1600 metros de profundidad y por una cuestión de conservación se congela en el barco apenas se pesca. El 99% se exporta a la USA, Europa y Japón. Nunca verás merluza negra en la pescadería de tu barrio. Es un pez enorme. Realmente exquisito.
Mientras escribo esto, el avión se mueve un poco y Gise se sobresalta. Pienso en Noe y su novia. Pienso en la vista de la ciudad de Ushuaia que teníamos desde el ventanal del hotel. Pienso en los ojitos siberianos del viejo. Pienso en nosotros volviendo a una ciudad del oeste del conurbano. Pienso en el bidón del viejo y en la necesidad de algún tipo de combustible que tenemos todos.