Resulta que las arañas eran dos

y compartían

su tela

en un ángulo del techo.

Las observé durante bastante tiempo.

Me preguntaba

si las unía

algo

semejante al cariño o la costumbre.

Cierta mañana una de las dos ya no estaba

y todo parecía seguir

igual.

Imaginé la noche previa:

Lágrimas, caricias y dos venenos que ya no pueden convivir.

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