Recrea un momento épico de 1940 cuando caía la estrategia de apaciguamiento, con el intento fracasado del premier Chamberlain de extraer promesas de paz de parte de Hitler. El rey inglés es obligado a llamar a formar gobierno y gabinete a una figura de historial zigzagueante: Churchill.

Su capital político en esa crisis era la persistencia en denunciar al nazismo como contrario a  los intereses de su amado imperio. La experiencia en cargos de responsabiidad previos lo caracterizaban como conservador, colonial, clasista, racista, machista y asesino de masas (el genocidio de pueblos como el hindú, una muestra de eso). Un confiable cuadro del Imperio Ingles en el ocaso. Hay evidencias de su especial odio al peronismo, en una de sus excolonias sureñas.

Llevaría tomos explicar cómo pudo aliarse a Stalin siendo un anticomunista feroz. O confiar en el laborista Attle (futuro arquitecto del estado de bienestar inglés) y un sindicalista como Ernest Bevin en áreas claves de gobierno. Puntualizo: los laboristas planteaban la nacionalización de los medios de producción, mientras que para Winston, un liberal conservador, eso era abominable.

El bulldog inglés condujo un gabinete de coalición en guerra: todos resignaron sus planes y ambiciones por una causa nacional, la amenaza de invasión de sus mercados y de la propia isla.

En esa reconstrucción y encuadre, el director muestra a un anciano abrumado por decisiones forzadas, como la recuperación de sus tropas de Dunkerke (derrotadas y humilladas por su enemigo nazi), un equipo que le pide la paz a cualquier costo, el Parlamento dividido y un rey (Jorge VI) desconfiado de su inestable figura. Y ese rey, fantasea el director, le aconseja que para decidir “escuche al pueblo” (SIC).

Aquí resalto lo que considero mi aporte: en un arranque de genialidad, el personaje se baja del auto que lo conduce a sus oficinas e incursiona en el subte de Londres, algo impensable para un aristócrata decimonónico.

Perdido y sin saber cómo llegar a su propio destino entabla un diálodo paternalista pero de gran apertura con ciudadanos, trabajadores humildes, mujeres jóvenes y hasta un hombre negro (presumiblemente de origen colonial, pero formado en cultura clásica).

Lo didáctico de esta medición in situ del estado combativo de su pueblo, es que ese Churchil es capaz de inducir y a la vez entender con claridad que su obsesión política antinazi es compartida por la gente del común.

Esto le brinda una lucidez y fortaleza para emprender una guia hacia el conjunto de su nación y la inspiración para unos de sus mejores discursos, en el que marca una línea política clara de enfrentamiento total e inclaudicable contra el agresor alemán.

Me importa resaltar esa imagen de un acto de absoluta humildad (de un referente de los ricos y poderosos) en que es capaz de escuchar y sintetizar el sentimiento de los comunes y humildes, para generar la política nítida necesaria. Me recordó a Katopodis hablando en el subte y explicando por que había que votar peronismo en 2023…

He asistido a decenas de plenarios en que habla sólo la o el  líder, no los asistentes de infantería.

Abundan en los discursos el “oír al pueblo” mientras se le comunican descripciones (pocas propuestas) por twiter o mensajes grabados.

Veo a centenares de cuadros aptos para micrófonos y actos, ausentes en el cara a cara con un ama de casa, un uber, repartidor a domicilio, pibe/piba del conurbano profundo con su padre preso y su madre enferma…

Es posible la reconstrucción de una fuerza popular que no recupera la voz y el sufrimiento, los reproches y dudas, la crítica y la fe de sus protagonistas? Se puede emprender el camino del poder para un pueblo cuyas organizaciones sean incapaces de sintetizar objetivamente sus dolores y necesidades en plan de acción y construcción?

No glorificaremos a un gorila anglo suficientemente premiado por sus salvajadas. Pero el sabio Gary nos regaló un Churchil capaz de escuchar para hacer política. Suficiente para mi.

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