El 14 de julio de 1789 comienza la era de las revoluciones. Cuatro días más tarde, el médico inglés Edward Regby, que estaba en París durante los acontecimientos, escribía en una carta «Yo mismo he sido testigo de esta Revolución que es, tal vez, la más notable que se haya llevado a cabo un día en la sociedad humana. El pueblo, grande y sabio, condujo la lucha por los derechos y la libertad de la humanidad».

El estúpido rey Luis XVI que sería guillotinado por la Revolución, llevaba un diario personal y ese día en el que había salido a cazar, anotó: «Nada». Su no menos estúpida esposa, la austríaca María Antonieta, jugaba a las escondidas disfrazada de pastora en los jardines de su palacio…

Vivían en su enfrascada realidad.

Para el imbécil soberano, ese día no había sucedido nada de importancia.

«Nada» es todo lo que dice el diario del rey el 14 de julio de 1789. Francia y su burguesía revolucionaria estaban cambiando la historia, pero para su rey no pasaba nada.

En su ingenuidad, los pueblos creen que los que nos gobiernan son seres inteligentes, prudentes, etc. En la mayoría de los casos son tan estúpidos y perversos como lo que son precisamente, mortales comunes y silvestres.

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