El oficialismo alcanzó los votos necesarios para sostener el veto de Milei a la reforma jubilatoria. Para el pueblo, miseria y represión en las calles
Es difícil reseñar frente a una situación que ya era previsible en su desarrollo y desenlace, tanto dentro como fuera del Congreso.
Los que iban a concurrir para impedir que los jubilados reciban un incremento equivalente, pesos más, pesos menos, a 2 kg de carne picada (de no demasiada calidad), así lo hicieron. Quienes, por el contrario, impulsaban una mínima recomposición de poco más del 8 por ciento en los haberes jubilatorios, cumplieron con su parte, al menos 153 representantes del pueblo en la Cámara de Diputados de la Nación. Y un pequeño puñado de chantapufis que, ya en este caso de manera obscena, priorizaron cuestiones personales por encima de la necesidad de uno de los sectores más hambreados de nuestra sociedad, e inclinaron la balanza a favor de los deseos de Javier Milei y su troupe, después de muy amigables conversaciones, eternizadas a través de cámaras fotográficas, escasos días atrás.
Ya se preveía todo ello. Y como camino fatalista hacia un final tan trágico como previsible, así sucedió.
Afuera, gases palos y balas de goma. Como también se podía esperar, máxime considerando la habitual fascinación de la ministra de Seguridad por el despliegue represivo sin ahorrar garrotazos y gas pimienta a viejos y niños por igual.
Incluso, en esta ocasión, las fuerzas de la represión se “dieron el lujo” en determinado momento de atropellar a una jubilada. Aunque no les importe, todo ese drama –y las tragedias aún por venir, ya inminentes- penderán de los 80 y tantos diputados que apoyaron el veto del Presidente Javier Milei, para privar a nuestros viejos de una mínima ayuda para comprar algunos alimentos más. Y sólo eso.
Gendarmería, Policía Federal y Prefectura Naval comenzaron su “show” tan ansiado desde numerosas pantallas de televisión, y avanzaron con toda decisión sobre adultos mayores y manifestantes que concurrieron en solidaridad con aquellos.
No se salvó ni una niña de 10 años, afectada por los gases. Es difícil escribir estas líneas sin que se aceleren las pulsaciones y brote un elemental instinto de rebeldía ante la injusticia más abyecta, que como a lo largo de toda la historia de la humanidad, desemboca en hacer, por cualquier medio y método, más ricos a los ricos, y más pobres a los pobres. Una marca distintiva del ser humano, desde Espartaco y más allá, hasta nuestros días.
En los alrededores de Plaza Congreso, con la votación ya finiquitada, la mayoría de los manifestantes de espacios sindicales y movimientos sociales se retiraban, y quedaban los jubilados y pequeños grupos de izquierda poniéndole el pecho a las balas de goma –literal- una vez más, desprotegidos por el conjunto de una sociedad que sigue haciendo gala de su ombliguismo y pérdida acelerada de empatía ante el sufrimiento ajeno.
Varios heridos recibieron atención de rescatistas voluntarios que se organizaron para asistir en la zona a descompensados y lastimados varios
Todo ello, en simultáneo y posterior a una nueva votación impregnada de escándalo, dádivas y corrupción manifiesta, en la cual el oficialismo y sus aliados del Pro y algunos diputados del radicalismo que, curiosamente, modificaron su voto durante las últimas horas, alcanzaron 87 votos contra los 153 opositores que no fueron suficientes para voltear el veto de Milei; de este modo, quedó sepultado ese módico 8,1% de aumento que se le pretendía asignar a nuestra clase pasiva.
En la previa del tercer miércoles consecutivo de represión a los jubilados, la docente –jubilada- y representante del Plenario de Trabajadores Jubilados, Nora Biaggio, describió al matutino Página/12 la movilización como “un reclamo popular indudable que ha ganado el conjunto de la población sin distinción de pensamiento político o estructura sindical…”
Los nubarrones avanzan y auguran una tormenta de magnitudes desconocidas, un descalabro social, político, económico e institucional probablemente de un tenor aún inédito en nuestra historia nacional. Eso es demasiado decir. Pero hacia allí se avanza, a paso de ganso, con el rugir de los vehículos blindados, los escudos y las cachiporras impregnadas de sangre del pueblo argentino.
Mientras tanto, en sofisticados búnkers y mansiones, se brinda con champagne importado por esta salvaje transferencia de riquezas desde el conjunto de la sociedad, hacia esas pocas manos, tan ávidas de acaudalarlo todo y no ceder nada, como lo será en proporción el estallido popular cuando ya no haya forma de apagar la olla a presión antes que ésta explote para todos lados.
El mayor drama, si cabe, en todo este cuadro… es que quienes perpetran -y quienes avalan con su genuflexión- todo este escenario… son completamente conscientes de lo que están haciendo, y de la profundidad del abismo cercano al que nos empujan día a día.



