#24DeMarzo – Ayer jugué a reformular el famoso dicho “a los tibios los vomita Dios” por “a los tibios los vomita mi tío Bili”.
Bili es mi tío, desaparecido en 1978. Y ahora me pongo a jugar con esa idea.
Los que somos del palo sabemos que los desaparecidos son indivisibles. Es un colectivo. Pero como está bueno, me gusta, mover las estatuas del templo, pienso en Bili como en mi desaparecido personal.
Entiendo que él no pudo hacer las cosas mejor: hizo lo que pudo de una forma extrema. Quiero decir que mi tío Bili fue su mejor versión. Y eso es algo muy difícil de conseguir. A mi tío Bili también lo ayudó la suerte: hay que tener 23 años y querer hacer la revolución y terminar picaneado por los monstruos en uno de los garajes del Olimpo. Hay que tener una suerte muy oscura como para saber que tu hija ya nació y le pusieron el nombre que vos habías elegido. Una hija que nunca te conocerá.
La foto de Bili es la estampita que no guardo en la billetera. Su cara está en la remera que no uso. Mi tío Bili fue un tipo afortunado: vivió extremadamente una época extrema. Y también por mi prima, mi tío Bili es el desaparecido que yo elijo. Mi desaparecido personal.