“Para que pueda surgir lo posible es preciso intentar una y otra vez lo imposible”. Hermann Hesse.

Corría 1998, internet era una curiosidad, disponible sólo para muy pocos, el 2000 se devaneaba plagado de misterios e incertidumbres. El ocaso de la segunda aventura neoliberal estaba en boca de todos, si bien las alternativas en movimiento no prometían una transformación demasiado distinta al engranaje económico, político y cultural de aquella década.

Los años jóvenes, siempre rodeado de amigos, guitarras y asados, hacían imposible avizorar el sendero que décadas después, nos guiaría por la mitad del camino de lo que se da en llamar “adultez”.

Por aquella época, imbuido del espíritu de tertulias intelectuales y talleres literarios que aún se sostienen en mi memoria, era un frecuente participante de certámenes literarios, por supuesto con suerte dispar.

Mientras tanto, se cumplían 50 años de la Declaración de los Derechos del Hombre (1948), y la CGT regional Junín tuvo la iniciativa de lanzar la convocatoria a un certamen literario, cuya temática debía aproximarse al menos a ejes que tuvieran ligazón con la citada Declaración de carácter histórico. Las categorías que recibirían eran: cuento breve, poesía y ensayo. Otorgarían primer y segundo premio para cada categoría, y dos menciones del jurado, a las cuales ellos calificaban de “finalistas”, acaso para acercarlos aún un poco más al nivel de los primeros premios. Todos esencialmente “finalistas”. No había dinero de por medio. Era el honor por la competencia y la participación, y por supuesto la pequeña vanidad del escritor en general, por acceder a un pequeño reconocimiento a su trabajo en el mundo de las letras. Leí la solicitada en la sección cultural del diario “Clarín”.

A mis tiernos 20 años me embarqué en el desafío, y me decidí a participar en el género poesía, con un escrito que refería a la fuerza de la palabra y la obligación, acaso ética, de no callar sea cual fuere cada circunstancia. Dicha poesía estaba titulada como “El duelo y sus consecuencias”.

Lejos de la actual era de la informatización y la virtualidad, envié las tres copias de mi trabajo firmados con seudónimo, y en un sobre aparte dentro del mismo envío, mis datos personales, todo por correo postal. Y mientras me dispuse a esperar (se anunciaba que comunicarían los resultados del jurado durante el mes de septiembre, y esto era a inicios de agosto), la vida continuaba entre dar clases, estudiar comunicación en la facultad, escribir y pasar mucho tiempo con amigos y algunos amoríos ingenuos y finalmente esquivos, hoy en la cornisa de perderse en mis recuerdos ya encanecidos.

Sin embargo, pasó septiembre. Y nada. Lo cual era lo mismo que deducir que mi poesía había languidecido en el mar de la irrelevancia, sin el menor acuse de recibo.

De repente, hacia un 7 ú 8 de octubre, ¡Golpe de escena! Recibo un amplio sobre de papel madera, con el sello de la CGT regional Junín, y escrito con letra propia de un calígrafo, con mis datos personales, en el amado domicilio de mis viejos en San Justo, la ciudad de mi corazón.

Subí al departamento en el primer piso, y para mi inenarrable deleite, el interior del sobre contenía una carta en la cual se me notificaba que había resultado “finalista” (básicamente, diplomita de mención en puerta) y que me invitaban al acto que realizarían para efectuar la entrega de premios y diplomas en el salón de la mencionada central sindical juninense, el siguiente 17 de octubre.

Esto es: El 17 de octubre la CGT Junín se aprestaba a celebrarlo con un gran acto cultural, llenos de literatura para homenajear los Derechos del Hombre. Ni más ni menos.

Les comenté la buena nueva a mis viejos, primeros interlocutores de casi todo. Luego de las felicitaciones, buscamos el teléfono y me comuniqué con Junín para evaluar las posibilidades de obtener mi diploma. Me atendió quien estaba a cargo del área de cultura con sorpresa y beneplácito a la vez, y me dijo que, dada la distancia geográfica, no debía hacerme problema, ellos me enviarían prolijamente preparado en un sobre por el Correo Argentino mi premiación. Pero aclaraba que sería una gran alegría para ellos si pudiesen contar con mi presencia, el 17 en aquella localidad bonaerense.

A esa edad, y en aquella generación, y sobre todo en la piel de un joven que bucea en el arte de la escritura, los más nimios elogios y espaldarazos cálidos te llevan hasta las nubes.

Mi sorpresa fue doble, cuando mi viejo me preguntó, al filo de la timidez: “Dany, ¿Nos dejarías que te acompañemos? Nos gustaría estar con vos en ese momento”. Tras mi respuesta elocuentemente afirmativa, hicieron rápidos preparativos, y esa misma tarde sacaron pasajes de ida y vuelta, Liniers-Junín. Llegaríamos hacia las 18 horas, y un poco pasada la medianoche nos volvíamos a embarcar rumbo a la estación terminal frente a la avenida General Paz.

Una aventura en puerta, una de tantas que compartí con ellos en este plano.

Recuerdo que tuvimos un viaje sereno, contemplando las hermosas planicies abundantes en cosechas y cría de ganado que se repiten por buena parte de las rutas bonaerenses.

Ni bien arribamos a Junín, consultamos la dirección a la cual debíamos asistir. Era un poco temprano, pero como la distancia a recorrer eran unas pocas cuadras, nos dirigimos rumbo a la CGT, para conocer el lugar y en todo caso, hacer tiempo en algún bar hasta que llegara la hora del evento, previsto para las 20:30.

Para alegría familiar, el local no era tal, sino una casita antigua muy bellamente remodelada y decorada, ya estaba abierta, por lo cual decidimos asomarnos, preguntar y presentarnos.

Grande fue la sorpresa del puñado de hombres que se encontraban limpiando y acomodando sillas en el amplio salón, ante nuestro arribo desde San Justo: Era la conducción de dicha regional, fregando los pisos, iniciando un fueguito lento en el patio trasero para un posterior asadito, y poniendo todo el lugar agradable y prolijo, hasta con pequeños arreglos florales.

Me recibieron con la calidez que la vida me ha hecho conocer y disfrutar en mis diferentes viajes a distintas regiones de nuestro país, alejadas del caos de lo que hoy denominamos el AMBA. Nos impidieron ir a gastar dinero en un bar, y tratándose del viaje que estábamos realizando, nos llevaron al patio arbolado, prepararon unos mates, y comenzó la charla.

Faltaba algo menos de una hora para el acto de entrega de las premiaciones. Pero la sorpresa personal era que mis viejos estaban a punto de sacar “chapa de cracks” y hermanarse toda la noche con aquellos delegados sindicales, como si unos y otros hubieran sido grandes amigos de toda la vida.

“Yo me crié en Facundo Quiroga, municipio de 9 de julio. Mi abuelo fue caudillo yrigoyenista, soy enfermera de Cruz Roja, y supe ser militante alfonsinista”, arrancó mi viejita, siempre más sociable y dicharachera que mi padre.

“El peludo es lo más grande que hay, señora, por supuesto después de nuestro General” respondió afable y entre risas don José, un maravilloso jubilado ferroviario que era poco menos que el alma mater del lugar.

Mientras el secretario de Cultura rápidamente acaparaba mi atención y me daba consejos que resultarían de suma utilidad para mi futuro, en referencia a cómo ir mejorando de a poco mi aún juvenil estilo narrativo, mis viejos comenzaban a cruzarse en abrazos con todo el mundo.

La frasecita mágica de don Juan Chaves fue: “… Yo participé en las negociaciones paritarias del SAT en los años 74 y 75”… aquello fue la revelación de que estábamos inter pares, y José dio por vez primera su inolvidable veredicto:

“Dos trabajadores argentinos, ahora educan y forman a su hijo para que escale un peldaño más alto en intelectualidad. Y hoy recibimos y premiaremos al hijo de dos trabajadores, ni más ni menos que escribiendo poesías”.

Flojitos para evitar las lágrimas, mis viejos sonreían en un mar de emociones, y la tertulia siguió un rato más.

Cuando menos lo esperábamos, la gente llegaba a raudales y muy pronto, el salón se vio completo con sus 250 sillas ocupadas. Nos ubicamos discretamente en la tercera fila. Y comenzó el acto, sobriamente presentado por el secretario General, quien rápidamente cedió el micrófono al encargado de Cultura y evidente promotor de aquella actividad.

Mientras se sucedían las entregas de las principales premiaciones, el momento emotivo llegó cuando le tocó el turno al ganador del género Ensayo, un señor ya mayor, de la localidad de Azul, que había desarrollado una investigación detallada de la historia de los ferrocarriles argentinos a partir de su nacionalización durante el primer gobierno peronista.

Cuando vieron que aparecía mi diploma sobre la mesa, noté que don José hablaba con el secretario general y el de cultura, y solicitaba hacer él la “especial” entrega del mismo. Me acerqué cuando fui convocado, y mientras me abrazaba, con esos abrazos que, ayer quizás parcialmente pero hoy con las canas de los años sé fehacientemente que son dados con un afecto paternal, volvió a repetir a la concurrencia, que no había mayor orgullo para ellos que estar premiando al hijo de dos trabajadores y “luchadores anónimos” de nuestra patria.

“Un trabajador se conmueve al entregarle este premio a un joven hijo de otros trabajadores”.

De a poco, la actividad fue finalizando hacia las 22, y volvimos a quedar unas 30 o 40 personas, que eran quienes irían a degustar la choriceada y algunas cositas más, en un sencillo acto específico para homenajear ese 17 de octubre.

Cuando vieron que nosotros saludábamos y comenzábamos a retirarnos, colmados de satisfacción pero considerando que era una actividad interna de ellos y el motivo de nuestra presencia ya estaba concluido, estos compatriotas se adelantaron a decirnos que de ninguna manera nos podían dejar ir sin compartir un asadito y charlar un rato más. Tras una mínima deliberación familiar, aceptamos el convite.

Primero escuchamos un breve análisis de coyuntura que dio la máxima autoridad de dicha seccional sindical, con duras críticas al gobierno nacional ya declinante de Carlos Menem, y una mordaz autocrítica a los por entonces y de acuerdo a sus aseveraciones, continuos fracasos electorales del PJ distrital. Una frase que me quedó grabada por la profunda transparencia y hondura en su significado, me permito recuperarlas a continuación: “Si los primos (sic) vienen ganándonos siempre, algo bueno deben estar haciendo, y la gente lo ve. Y si nosotros venimos perdiendo siempre, algo malo estaremos haciendo, y la gente también lo ve. No le busquemos más vueltas. Para ganar la consideración de nuestro pueblo, tenemos que comenzar por mejorar nosotros mismos”.

Luego fue el tiempo de unas arengas a cargo de don José para despertar el espíritu de lucha y solidaridad de los trabajadores organizados… y casi de inmediato, la entonación del Himno Nacional, y la Marcha Peronista, bien clásica, con Hugo del Carril a todo volumen.

Mi viejo, de origen más bien socialdemócrata pero desde antaño desentendido de la militancia política aunque fiel compañero de las incursiones de mi vieja en dicha materia, me sonrió con picardía mostrándome a mi madre, radical, en dicha situación. Pero ella, mucho más resuelta, nos sorprendió cantando con todo entusiasmo la marcha. ¡La viejita ladina se la conocía de memoria! A los anfitriones que más habían estado ligados a mis viejos aquella noche, no les pasó desapercibida aquella actitud, que más allá del gesto respetuoso en sí, la encontraba a esa señora referenciada con los “primos” partidarios, hermanada entonando con vital actitud las estrofas de la emblemática canción identitaria… “los muchachos peronistas… todos unidos triunfaremos…”

Ya en confianza y entre risas tan francas como el alma de aquellos compatriotas, le preguntaron si le había gustado el acto, a lo que mi vieja les dijo que sí, y mucho, y que le gustaba que los dirigentes de todos los partidos fueran autocríticos, honestos y patriotas, y que algún día radicales y peronistas tendrían que darse cuenta de la gran cantidad de puntos en común que tenían para trabajar y avanzar juntos, y que los únicos “h… de p…” (sic, perdóname viejita, pero tengo que revelar que eras una puteadora encantadora!) de esta tierra “eran y van a seguir siendo los conservadores”.

Con respecto a su entusiasmo para cantar la marcha, ella lo coronó con una de sus habituales ocurrencias: “Nos tratan tan bien, hacen feliz a mi hijo menor, y para colmo sigue llegando desde el patio el olorcito al asado que están preparando… ¿Cómo no les voy a cantar la marcha?”. Risotadas generales de personas comunes que, si hubieran vivido en la misma ciudad, hubieran sido grandes amigos, sin más rodeos. Y en las malas, hubieran compartido trincheras, sin importar procedencia partidaria. Como siempre debiera ser.

La despedida fue “a abrazo pelado” y uno de ellos nos acerco en su autito hasta la terminal, con un timming tal que, diez minutos más tarde, nos estábamos subiendo al micro que nos transportaría de retorno al conurbano.

Cuando mi vieja reveló las fotos (ella por entonces ya llevaba 3 años estudiando fotografía y dedicándose a dicho arte), preparó duplicados y se las enviamos a la CGT Junín en un sobre por correo. José mandó una carta de agradecimiento de puño y letra, con el afecto que rápidamente habíamos aprendido a conocerle.

Veintiséis años después, y recuperado del baúl estas fotografías, consideré necesario ejercer la memoria, para que cuando avancen aún más las canas y el estrés producido por el tiempo que nos toca vivir, estas historias no comiencen a borronearse y a ralear los detalles más sabrosos. Sería una injusticia para todos esos seres humanos que irradiaban su luz adonde quiera que estuvieran.

Sería un auténtico pecado ocultar aquello que sigue estando latente, que es la confraternidad sobre la base del respeto, la amistad y la sencillez de nuestro pueblo trabajador. Habitualmente muy por encima de las miserias y monstruosidades de vanidad de la que hacen gala quienes gustan de ubicarse en el rol de «dirigentes».

Un pequeño punto de encuentro puede concatenar enormes posibilidades de acercamiento y unión social. Nunca perdamos de vista eso. Nunca nos alejemos de aquellos ejes, mientras traigo estos recuerdos de todos esos “Messis y Maradonas” anónimos de nuestra vida cotidiana, proclives a la hermandad y la fraternidad como punto de partida hacia un destino mucho más colorido que nuestro presente.

En memoria de mis viejos y de Don José, ese entrañable ferroviario juninense que me abrazó como un padre. Dondequiera que estén los tres… allá van estas líneas.

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